CUENTO DE CONFINAMIENTO

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Os contaré una historia, una historia que no va de batallas épicas, sino más bien de las heridas invisibles que un mundo enfermo dejaba en las personas. De almas enfermas que caminaban por el mundo sin casi darse cuenta del mal que las iba destruyendo por dentro.

Cada lector(a) puede decidir en su intimidad si es un cuento de ficción, o no lo es.

Veo a través del cristal del tiempo, como si se tratara de una cápsula translúcida, calles grises, dentro de una ciudad gris, poblada por gente gris, que vive una vida también gris. Una existencia amortiguada bajo un velo de obligaciones, a toda prisa, de objetivos ambiciosos y retos de superación, que nadie sabía realmente, en definitiva, hacia donde llevaban. Y así es como la vida transcurría, distraída en una acción que mantenía a todo el mundo ocupado, y cuando se detenían, seguían distraídos viviendo un mundo que se representaba a través del pequeño rectángulo de una pantalla luminosa, que pretendía ser el reflejo de una vida, pero que no dejaba de ser en realidad más que el espejo de su miseria.

Era un tiempo en el que esta existencia vacía dejaba a las personas enfermas, con una herida profunda en sus almas que las iba desangrando, muy despacio, pero de manera inexorable. Todo el mundo miraba hacia fuera, buscando una señal, el triunfo efímero de su vanidad tal vez, y se quedaban bien enganchados en la búsqueda de una señal de aprobación o de admiración pasajera de los demás. Sin embargo, quizá pasaba que no eran conscientes de que sus conquistas eran intrascendentes, y la verdad es que sus metas cotidianas eran bien escasas en cuanto a su retorno hacia el resto de la comunidad.

En el fondo todo era expresión de su soledad, de este vacío nihilista y profundo, que no podía llenarse por ninguno de los medios por los que habían sido entrenados durante tanto tiempo. Sencillamente habían olvidado las herramientas por las que el hombre se confería como un ser sociable, con alma, un ser conectado al universo y perteneciente a la tierra donde nació y que también habían descuidado, y ésta era su gran herida, su error. Se habían olvidado de quiénes eran en realidad y de que estaban hechos.

Nadie vendría a salvarlos, a rescatarlos de su propio olvido, debían hacerlo por ellos mismos, pero he aquí que un día, a raíz de una amenaza invisible a los ojos, pero bien potente y destructiva interiormente, les obligó a detenerse, a cesar cualquier acción. Los obligó a dejar de ocuparse en sus distracciones, a detener su producción enfermiza que agotaba todos los recursos, a congelar sus negocios y toda actividad no esencial para la supervivencia, y así es como se detuvo todo signo de vida aparente.

En las calles grises ahora ya no se veía gente gris corriendo arriba y abajo, las ciudades continuaban manteniendo su carácter gris acumulado durante tantos años, es cierto, pero al menos no se veían almas cómplices de su mediocridad por las calles, y eso en cierto modo, también podía vivirse como un signo de esperanza, de transformación hacia otro modo de vida, y quién sabe si también, hacia otra forma de colorearla. El cielo ahora claro y limpio, era cuanto menos, una fuente de inspiración, aliciente y motivación para perseverar en la que había sido anteriormente, la tan temida, espera.

En las casas las familias se veían de pronto obligadas a convivir juntas, todos sus miembros, todo el día, todo el tiempo. Las reuniones familiares antes esporádicas y fortuitas, cuando no obligadas, ahora se repetían día tras día, y la convivencia se imponía de forma indefectible con sus luces y sus sombras. Pero sin duda, ello también permitió recuperar vínculos que habían quedado extraviados, engullidos por el torbellino de actividad. Y ahora de pronto, la calma daba paso al diálogo, la tranquilidad a la escucha, el silencio compartido a la comprensión, y una suerte de reencuentro sincero y descubrimiento del otro en compañía, se fue abriendo paso.

Claro que esta situación no era vivida de la misma manera para todos, así había personas que se veían de pronto encarceladas, sin escapatoria en una situación familiar oscura, de donde era difícil sustraerse y eso aumentaba su sufrimiento, pero quizás también los impulsara a buscar una ayuda que antes se resistían a pedir. Quién sabe. Todo sufrimiento puede encontrar su salida y un sentido, si se sabe canalizar adecuadamente.

Toda crisis es una oportunidad de aprendizaje que, si se afronta con franqueza y honestidad, nos permite madurar.

El confinamiento bien puede representar un retorno hacia nosotros mismos, un forzar la mirada introspectiva y hacer examen de conciencia. Sólo vivimos una vida y ésta no se vive en la acción del movimiento, sino tal vez, en la contemplación del aquí y ahora, el hecho vital es efímero, y la experiencia no se nutre tan sólo de actividad sino del cultivo de la calidad humana, que pide detenerse, saber esperar, silencio y paz, para conectar con el rumor interior que muestra el camino para llegar a nuestra alma y descubrir una dimensión que no se acaba nunca, a pesar de estar siempre en la misma habitación.

¿Dónde están pues realmente los barrotes de nuestra prisión? ¿Qué es lo que tememos cuando nos vemos obligados a detenernos? Tal vez lo que nos asuste más sea enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros miedos y descubrir a dónde nos lleva nuestro silencio interior. Pero quizá si nos atrevemos a cruzar esta puerta, hallaremos la paz que tanto anhelamos y un sentido de libertad que tiene que ver con la posibilidad de viajar interiormente sintiéndonos conectados a la vida, con creatividad. Encontraremos lo que en palabras de Marià Corbí llama: “un despertar a nuestra verdadera condición”.

Xavier Pérez Pérez

Psicòleg Sanitari Col. 10826

Psicoterapeuta (FEAP – ACPP)

Especialista en Psicologia del Treball i les Organitzacions (EFPA/COP)

xaviper@copc.cat

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1 Comment

  1. Elizabeth Llorca · 10 mayo, 2020 Reply

    Gracies Xavier per aquest relat tant esperançador. Tant de bo tinguem memoria.

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